Lic. Fernando Nicolas Stella
Empecemos por el principio: Soy conductista. O al menos me comporto como uno. También entiendo que acabo de perder a la mitad del público lector (siendo optimista) solo por empezar la nota definiéndome con una palabra que no suele tener muy buena prensa en Argentina, e irónicamente el “público” al que quiero interpelar con esta nota es precisamente aquel público que ya mismo quiere dejar de leerla. Intentaré mostrarles una cara del asunto que quizás no conocían (les pido paciencia), y el punto de partida tiene que ser (más por capricho mío que por otra razón) este humilde compilado de aseveraciones que se suelen decir sobre el conductismo. Yo creo que están erradas.
“Ignora la conciencia y las emociones”
“Es positivista”
“Responde a los intereses de ideologías de derecha/liberales/capitalistas”
“Es reduccionista y deshumaniza al hombre”
Podría seguir con la lista, pero esta nota no terminaría nunca. Estas afirmaciones que se repiten con bastante frecuencia nos piden a gritos que empecemos por el principio.
El conductismo como movimiento con nombre y apellido nace de la mano de John B. Watson con la publicación del famoso “Manifiesto Conductista” allá por 1913. Lo curioso sobre los debates que vemos proliferar en los círculos académicos hoy en día es que discuten casi unilateralmente con ese conductismo de Watson de principios del siglo XX, donde si bien encontraremos grandes (y necesarios) aportes a la psicología, no supone un representante totalmente válido y vigente del conductismo más de 100 años después.
Tampoco es del todo correcto hablar de UN conductismo unificado: lo más correcto es hablar de “conductismos”, pero para simplificar un poco la lectura (y porque no, la escritura también) haré alusión casi exclusivamente a una de las vertientes más representativas del movimiento: el “conductismo radical” de B.F. Skinner.
De todas las cosas que Watson escribió en su manifiesto fundacional, me quedo con dos: para él, la psicología es una ciencia natural y su objeto de estudio es la conducta. Y acá empieza parte del desmadre: porque claro, si la psicología solo estudia la “conducta”, ¿Qué demonios pasa con todo lo demás? ¿Qué pasa con la mente, los pensamientos o las emociones? ¿Acaso no son importantes? Resulta que lo que se entiende por “Conducta” desde el conductismo es bastante más amplio de lo que la palabra sugiere en su uso cotidiano (e incluso de lo que sugería Watson en sus inicios).
Simplificando un poco las aguas, “conducta” es TODO lo que un organismo hace (Brown & Gillard, 2015), y eso incluye por supuesto a las experiencias “privadas” como los pensamientos o las emociones. El conductismo no rehúsa de dichos fenómenos (¡Hey, Watson fue uno de los pioneros en el estudio de las emociones con “el pequeño Albert” en 1920!), solo que los entiende y por ende los estudia de una forma distinta.
Tomemos por ejemplo las emociones: todo el mundo sabe lo que son, al menos hasta que llega el momento de definirlas. No existe una sola respuesta consensuada a la pregunta “¿Qué es una emoción?”, y los debates (interesantísimos por cierto) no hacen más que continuar (Scarantino 2012; Wierzbicka, 2010). Esto sucede (al menos en parte) porque muchas veces suponemos que nuestro lenguaje es una ventana transparente al estudio de un fenómeno complejo como pueden ser las emociones, y que cuando decimos “miedo” nos referimos a un único fenómeno subyacente que todos experimentamos, pero ocurre que no termina siendo tan así: El lenguaje ordinario que usamos es tan bueno como podría ser porque ha evolucionado para comunicarnos de manera eficaz, pero no tanto para hacer ciencia (Majid, 2012).
Desde el conductismo se sugieren formas muy particulares para abordar el fenómeno emocional: Skinner (1984) por ejemplo, propone que las palabras que usamos para referirnos a una emoción (“tengo miedo”; “estoy feliz”, por ejemplo) sean consideradas lisa y llanamente conducta verbal, y que entonces vayamos a observar bajo qué condiciones las personas pronuncian dichas palabras, y de qué manera el contexto (“comunidad verbal” diría Skinner) determina si su uso es o no es “acorde” a la situación. Esto último es VITAL, porque (y sin meternos tanto con terminología ni conceptos conductuales) aquellos usos que “sirvan” al individuo para comunicarse eficazmente serán los que se reproduzcan en el futuro, y si por ejemplo digo que me siento “enojado” cuando en realidad me siento “feliz”, mucho no me va a servir para comunicar aquello que efectivamente siento, por lo que su uso probablemente tenga cada vez menos lugar en interacciones futuras.
También se acusa al conductismo de ser “positivista”, lo cual no es algo malo per se (muchas ramas de la ciencia lo son), pero pasemos a aclarar. Para aquellos que no sepan, el positivismo es una corriente filosófica que nace en el siglo XIX, y pese a que se ha ido refinando a lo largo de los años, existen algunos aspectos claves que aún son vigentes: por un lado, supone que el mundo existe independientemente de nuestro conocimiento de él; y por el otro, sostiene que es posible un conocimiento inequívoco y preciso de ese mundo al que se puede arribar a través de la experiencia sensorial y el método científico (Park et al., 2020).
Es interesante porque, de hecho, los primeros trabajos de Skinner si podrían ser considerados “positivistas” en algún punto (Moxley, 2006). Pero ya que cambiar de opinión y refinar teorías no es un crimen, Skinner aprovechó este vacío legal para alejarse cada vez más de algunas de sus primeras posturas. El conductismo radical rechaza la idea positivista de que el mundo pueda ser objetivamente conocido: ve a la ciencia como un método para construir (socialmente) formas útiles de hablar y, por tanto, de relacionarse con el mundo. No pretende bajo ningún punto descubrir una naturaleza "verdadera" o última de la realidad (es “a-ontológico”), sino que su criterio de verdad es más bien “pragmático”(Brown & Gillard, 2015): si nos sirve para manejarnos y comunicarnos, que siga en el baile.
Otro punto jugoso de la agenda de hoy es la relación entre conductismo e ideologías de derecha/liberales/capitalistas. En este sentido, Skinner no era ajeno al uso malintencionado que podría hacerse de la tecnología derivada de la ciencia de la conducta, y de hecho escribió varios trabajos al respecto donde instaba a que, como cualquier forma de control (ojo con la palabra “control”, para Skinner tiene una aceptación distinta que invito a que exploren por su cuenta), la modificación de conducta debía ser “supervisada y restringida” (Skinner, 1975). Con respecto a su posición “ideológica” si se quiere, en “Ética de ayuda a la gente” (1975) decía, entre otras cosas, lo siguiente:
“Ni la defensa capitalista de la propiedad privada ni el programa socialista de propiedad estatal, éste como medio de distribución equitativa, toman en cuenta el alcance total de los procesos conductuales pertinentes.”
“Ni la felicidad ni la supervivencia del grupo dependen de la satisfacción derivada del hecho de tener cosas.”
Lejos (creo yo al menos) se encuentran estas aseveraciones de un “capitalista de derecha al servicio de los mercados”; y no me hagan empezar a hablar de la “libertad” (lean “Más allá de la libertad y la dignidad” de Skinner, no quisiera seguir destrozando conceptos conductuales). Para Skinner, todos los problemas sociales debían ser abordados con una mirada eminentemente científica (acá entra su aporte desde el análisis experimental de la conducta), y esta postura, absolutamente ideológica, se recontra presta al debate y a colisionar con otras visiones quizás no tan científico-friendly.
Para ir cerrando, existe la noción de que el conductismo “trata al ser humano como una máquina”. Acá quiero abrirme un poco de lo que las corrientes conductuales tienen para decir al respecto (que es bastante), y me gustaría invitar a una reflexión. Robert Sapolsky (un neurocientífico) dice algo sumamente interesante, paso a parafrasear: pareciera que la gente comienza a ponerse muy incómoda cuando la ciencia intenta explicar todo lo que hacemos y lo que nos hace quienes somos, como si esto amenazara con robar nuestra “chispa” de individualidad/subjetividad. Por un lado, dice Robert, explicar “algo” no le quita en lo absoluto la capacidad que tenga para asombrarnos (salvo que ese “algo” sea un chiste). Hoy se sabe que un arcoiris no es más que un fenómeno óptico originado por la descomposición de los rayos del sol cuando estos atraviesan gotas de agua contenidas en la atmósfera, pero ¿acaso dejamos de maravillarnos cada vez que nuestra vista tiene la suerte de cruzarse con uno?
Por otro lado, la ciencia nunca va a explicarlo todo: cada vez que una pregunta se responde, aparecen diez preguntas nuevas; y es que además, la cuestión pasa por otro lado: El propósito de la ciencia no es el de “curarnos” de nuestro sentido del misterio, el propósito de la ciencia es el de constantemente reinventarlo.
Quedaron MUCHAS cosas en el tintero (que podríamos abordar en otro artículo, en debates o en un duelo de espadas en la puerta de la facultad), pero las más de las veces, el conductismo va masomenos por acá: Podemos prescindir de conceptos como “alma” o “mente”, e irónicamente acercarnos a una concepción más “humana” del comportamiento. La ciencia de la conducta no “deshumaniza” al ser humano, simplemente lo “des-humunculiza” (Skinner, 1975); separando la “paja del trigo”, tenemos que distinguir entre lo que efectivamente se sabe acerca de lo que está dentro... y lo que simplemente se infiere.
Referencias
Baum, W. M. (2016). Understanding behaviorism: Behavior, culture, and evolution. John Wiley & Sons.
Brown, F. J., & Gillard, D. (2015). The 'strange death' of radical behaviourism. The psychologist. 28(1), 24–27.
Maero, F. (2019, enero 26). El conductismo desalmado. Grupo ACT. https://grupoact.com.ar/el-conductismo-desalmado/.
Majid, A. (2012). The role of language in a science of emotion. Emotion Review, 4(4), 380-381.
Moxley, R. A. (2006). BF Skinner's Other Positivistic Book:" Walden Two". Behavior and Philosophy, 19-37.
Park, Y. S., Konge, L., & Artino Jr, A. R. (2020). The positivism paradigm of research. Academic Medicine, 95(5), 690-694.
Scarantino, A. (2012). How to define emotions scientifically. Emotion review, 4(4), 358-368.
Skinner, B. F. (1975). The ethics of helping people. Criminal Law Bulletin, 11(5), 623-636.
Skinner, B. F. (1984). The operational analysis of psychological terms. Behav. BrainSci. 7, 547–553. doi: 10.1017/S0140525X00027187
Wierzbicka, A. (2010). On emotions and on definitions: A response to Izard. Emotion Review, 2(4), 379-380.
Zuriff, G. E. (1985). Behaviorism: A conceptual reconstruction. Columbia University Press.
Fernando Nicolas Stella.
Lic. Psicología.
Co-ayudante de Psicométricas.
Escritor amateur.
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